jueves, mayo 04, 2017

La Concha de Oro-Fragmento




                                                                      

La Concha de Oro
Fragmento 1

©2008-2018 Carlos Echeverry Ramírez---Colombia
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Para ellas dos, a la orilla del rio…

Desde antes de nacer, ya estaba predestinada a ser una desgraciada en este mundo.
En mi ciudad natal, un pueblo grande a orillas del Paraná en el litoral Argentino, se celebraba la boda del año. Era el día más importante para mis padres, familiares y sus amigos que se encontraban presenciando un hecho histórico en la iglesia catedral. Pero antes de ser un acontecimiento de alegría y festejo, se convirtió en un terrorífico recuerdo que se quedó grabado en la memoria colectiva de todos los que allí estaban presentes.
Las  comadres desocupadas y chismosas del pueblo todavía hoy, cuarenta años después,   recuerdan segundo a segundo cómo sucedió todo aquello. Siguen a cada momento del  día creando y recreando rumores y especulando las razones por las cuales pasó lo que tenía que pasar.
Mi abuela Herta, la madre de mi padre, llegó a la iglesia enfurecida y con el diablo dentro. Para sorpresa y asombro de todos los presentes, rastrillaba por el suelo  los machetes que llevaba en cada mano sacando chispas que iluminaban sus pasos acelerados. Entre murmullos, blasfemias y chirridos, caminaba desde la puerta principal de la iglesia hasta el atrio profiriendo insultos y amenazas si se llevaba a cabo el enlace matrimonial entre mi padre y mi madre. 
Todos corrían aterrorizados y despavoridos al ver pasar a mi abuela por su lado. Ella iba llena de celos porque mi madre se casaba con su  único hijo varón entre dos mujeres que tuvo en vida la desdichada. Estaba hecha un manojo de nervios y, con los ojos inyectados de sangre por la ira que la consumía, amenazó al obispo, al cura y al sacristán que ayudaban en la ceremonia. 
La iglesia catedral quedó vacía en unos instantes que parecieron eternos.  Solo quedaron mi padre, Evaristo, su mejor amigo de infancia y padrino de boda,  y mi abuela Herta. Todos los invitados y curiosos  habían salido  corriendo  mientras llegaba la policía para llevarse a mi abuela presa. Días después fue ingresada en el manicomio municipal y al cabo de los años, excomulgada por la iglesia local obedeciendo las órdenes del Santo Papa y el Vaticano.
Estos hechos fueron el escándalo del año. Sin embargo, el amor entre mis padres pudo más que los celos de mi abuela y estos terminaron casándose en la más absoluta intimidad un día cualquiera a las seis y treinta de la mañana ante el párroco del pueblo vecino, donde Evaristo y su mujer Sacristana actuaron de padrinos. Después desayunaron juntos y brindaron con tazas de café por la felicidad y el amor eterno. A los pocos meses mi padre embaraza a mi madre y fruto de ese amor nació la mujer que hoy les narra estos hechos. Quiero que conozcan una historia cargada de contradicciones que ha marcado el devenir de mi incierto destino. No dejo de pensar que esa impronta del pasado caló profundamente en la familia y que la desgracia recayó sobre mí desde el momento en que mi abuela maldijo el enlace.

De todos los hombres que he conocido hasta hoy, en mi madurez, ninguno  me ha hecho feliz. De todos me he ido desilusionado al comienzo o al final, pero mis relaciones nunca han sido estables y mucho menos duraderas. Ni el dinero ni el estatus socio-económico, ni mucho menos la sexualidad o el erotismo han logrado atarme. Mis relaciones, puedo decir,  han sido un grandísimo fracaso y hoy me tienen al borde de no saber qué hacer o esperar de la vida. Pienso y repienso cada paso que doy. Me angustia mi futuro. Me horroriza la vejez cuando me pregunto  por qué a mis cuarenta y cinco años aún no tengo  en quién confiar a parte de un par de amigas que sienten más envidia que admiración por mí.
Debo comentarles que soy rubia, alta, (175 cmt) voluptuosa y sensual, culta e inteligente. Los hombres me miran, admiran y persiguen  donde quiera que vaya.
Desde los más jóvenes hasta los más viejos han sentido un magnetismo hacia mi presencia y para ninguno he pasado desapercibida. Es más, ninguno me había dicho NO hasta que conocí ese maldito  hombre que cambio  mi vida.  Yo, creyendo que me las sabía todas cuando le dije en broma dos o tres veces: “a mi ningún hombre me ha rechazado” él se quedaba callado  y apenas sonreía. La última vez que le dije esa frase y que sonrió le pregunté:
-Darío: ¿Por qué te ríes siempre que digo esto?
 Él me contestó lleno de ternura: -“¿Ningún hombre te ha  dicho que no en la vida? Amor, espera con calma que muy pronto te va a llegar ese hombre”.- Y se quedó en silencio una vez más. Cambiamos de tema y nunca más volvimos  a hablr de esas palabras y su significado.    
Continua...

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