jueves, noviembre 29, 2012

Crónicas y anticrónicas de Barcelona(l) ISBN 978-0-9683701-2-4 Fragmento 3- Derechos reservados ante CIPO y WIPO





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Crónicas  y anticrónicas de Barcelona(l)  
(2004)ISBN: 978-0-9683701-2-4
©Carlos Echeverry Ramírez - Colombia
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Reservados todos los derechos de Autor ante CIPO y WIPO
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©Carlos Echeverry Ramírez – Colombia
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Para:  Martina  y…la suave y dulce briza del Paraná...
Les voy a contar. ¿Puedo? —dijo suspirando profundamente y sacando fuerzas de donde no las tenía quizás.
—Sí, señora. Cuéntenos todo lo que quiera, que aquí estamos para escucharla, mientras llega la parca y la carroza por nosotros también —le contestó mi tío Fabio entre risas. Y de esta forma la mujer que atendía la tienda empezó a hablar.
“Señores, me vine de muy lejos y escapándome para no vivir la violencia y la muerte con que los paramilitares llenaban a cada instante todos los lugares. Me vine de un lugar muy bello en la orilla del río Cauca, cuyo nombre ya hoy no quiero ni recordar.

 Allá yo tenía un rancho muy amplio, lleno de flores y jardines a la orilla del río y muy cerca de la carretera que va a la costa del Caribe. En mi pequeño restaurante preparaba comida para todos aquellos que iban al norte a pasar las vacaciones.

 La gente paraba con sus familias en los automóviles y yo les preparaba carne asada con yuca y plátano, les vendía chicha de maíz, cerveza, aguardiente, gaseosas y jugos naturales de las frutas que sembraba yo en mi huerta.”
“En ese lugar el río Cauca era muy grande, tendría unos 80 metros de ancho. Mi vida era tranquila, me acompañaban mi prima Vanesa y mi primo Mario. Juntos nos ayudábamos y compartíamos las ganancias del pequeño restaurante. Pero un día, poco a poco empecé a ver con susto y luego con terror a través de la ventana de mi bohío, donde preparaba los alimentos, que el río comenzaba a traer y llevar flotando sobre sus aguas más y más cadáveres, a veces unos mutilados y otros enteros, casi todos con el estómago bien abierto.
  A las pocas semanas, ya podía diferenciar entre hombres y mujeres. Los hombres siempre bajaban flotando solitarios, y como mucho, con un chulo negro o zopilote encima de ellos. Las mujeres bajaban con sus piernas y vientres muy abiertos donde habían creado y guardaron la vida de sus hijos. Llevaban tres o cuatro gallinazos negros o zopilotes (como dicen en México) encima de su cuerpo; era como si cada pajarraco de esos que representan la muerte y picoteaban su vientre sin parar, fuera uno de los hijos que esas mujeres habían parido en vida, y que ahora las acompañaban sin desprenderse un segundo de ellas en ese viaje al más allá, en un cuerpo ya cosificado dentro del lenguaje y cultura de la maldita violencia creada por la pobreza controlada por los grupos paramilitares del Gobierno de la patria grande.”
“Todo eso horrible que yo veía a cada momento me llenaba de rabia y de angustia, de una tristeza que no sé cómo aguanté tanto todo aquello. Yo no sabía qué hacer mientras pasaban los cuerpos de las mujeres muertas en el río cubiertas de gallinazos. Lo peor para nosotros en el bohío era la imposibilidad de sacar los muertos para ayudarlos y tratar de darles un poco de amor y una cristiana sepultura.”
“A mis dos hijos me los habían desaparecido los paramilitares hacía varios años, cuando vivíamos en el pequeño pueblo de Caucacia. Yo era profesora de ciencias naturales en una de las escuelas de bachillerato del lugar. Mis hijos eran jóvenes, bellos y muy sanos, iban a la escuela y soñaban con ir a la universidad. De un día al otro me los desaparecieron. Nunca más supe de ellos. Me cansé de buscarlos por todos los rincones. Nadie supo nada, y ni a mí, ni a mi esposo nos dieron razón de ellos, al contrario, nos amenazaban de muerte en casi todos los sitios si seguíamos buscándolos. Uno tras otro, mis dos hijos se fueron quedando en el recuerdo de mi vientre, cuando los engendré, aún los siento  dentro de mí cuando pienso en ellos. También por el mismo dolor fue desapareciendo mi vida. A los pocos meses murió mi hombre, el que más he querido en este mundo, mi marido. Murió de pena moral y de tristeza por lo sucedido a nuestros hijos. Murió de su impotencia ante la injusticia, la impunidad y la violencia cotidiana.”
“Por eso un día, años después, ya sola en este mundo, no aguanté más y con mis pocos ahorros del restaurante, me vine aquí a Aguablanca, en Cali, donde viven los negros y los desplazados por la otra violencia de la selva del Pacífico. Aquí me compré un rancho pequeño donde pasar en paz los pocos años que quizás me quedan. Aquí los negros me respetan, me ayudan y vivo más tranquila. Pasado mañana hará un año que empecé en este trabajo, el único que encontré, vendiendo cigarrillos, licores, jugos y empanadas. Qué cosa tan difícil es, señores, ver y sentir el dolor de cada persona que viene a recoger sus muertos en la clínica Santa María y luego arrima a esta tienda donde trabajo.”
“Ay, señores, ustedes dos que parecen ser hombres de paz, les quiero decir que cada vivo arrastra muchos muertos encima. Por eso yo, que creía que podía alejarme de la muerte antes de llegar a este infierno grande de Cali, miren donde terminé. Lo más irónico de todo es que después de haberme alejado tantos kilómetros para no ver la muerte viajando en el río, acabé en esta tienda viendo todo el día la muerte y oyendo el llanto de las familias por sus seres recién idos. Es como si la muerte estuviera a cada segundo detrás de mí, persiguiéndome en todas partes”.
La señora dio un largo suspiro para terminar diciéndonos: “Ahora estoy más muerta que viva después de ver tanto muerto vivo lleno de dolor y tristeza que llega a esta tienda luego de recoger a los suyos en la clínica. ¿Pero qué puedo hacer y adónde podré ir si ya no tengo familia cercana ni nadie que me quiera? A todos los que amaba me los mataron. No tengo a nadie que le importe mi vida, ni quién soy. Esta es la patria grande que nunca imaginé ni soñé para mis hijos.
“Hoy todo es horror, desolación y tristeza, con la compañía inseparable del terror cotidiano para los que somos pobres. Colombia es una tierra sin esperanza, donde la gente por fin descansa cuando muere de ver toda esta violencia y miseria sin límites a su alrededor. Aquí no existe el derecho a la alegría, ni la posibilidad de ser feliz. O la ilusión de obtener la felicidad o de trabajar por ella con la comunidad. La indiferencia de este pueblo con el otro, es única en el mundo. Aquí asesinan a todos y se mueren todos, y a nadie le importa”. Continua… y en venta en unos días en Amazons y otros medios.

                                           
©Carlos Echeverry Ramírez – Colombia

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