domingo, abril 11, 2010

El día de la entrega de ....






El día de la entrega
 Fragmento del libro : Compartiendo Alboradas
 en venta en Amazon y Kindle
Reservados Todos los Derechos de Autor ante CIPO y WIPO

©Carlos Echeverry Ramírez
(Colombia)





 Ese día amaneció lloviendo y me levanté con el pie izquierdo. 

Meditando unos instantes en la misión encomendada para ese entonces y planificada desde hacía un año, me toqué la cabeza pensando en ese imposible y miré todos los diferentes rincones de la habitación en la pensión de Cartagena.

Observé detalladamente la torre del reloj debajo de la cual cruzó Simón Bolívar con su ejército y a su izquierda en la corta distancia el mar Caribe. Luego me fui a la ducha con toda la calma.
De mi mente no podía sacar la cara del hombre que era el objetivo. Esa persona la había estudiado muchísimas veces y había leído mucho sobre ella, todas sus cosas las conocía y todas sus rutinas las tenía claramente identificadas y después de todo lo planificado y pensado sólo existía ese día para la misión encomendada. No podía fallar.

El objetivo de la misión era el hombre más cuidado de Latinoamérica. Quizás el segundo o tercero más custodiado en el mundo. Muchísimos anillos especializados de seguridad a su alrededor, yo sin embargo, y no dejándome ver por ellos durante las últimas semanas, estaría a solo unos metros de su cuerpo cuando él ingresara al Centro de Convenciones de la ciudad de Cartagena. 

Así había pasado los últimos días desde que llegué a la ciudad, haciendo inteligencia y mirando los lugares estratégicos donde se centraría el fuerte de sus anillos de seguridad y estudiando muy detenidamente las vías de salida en caso de fracasar en la misión o algún imprevisto que saliera contrario a lo ya establecido. No podía fallar ese día.
El día señalado llegó, y el hombre como objetivo nunca apareció en las horas de la mañana. Ya cansado de esperar me fui a descansar al hotel. Saludé al recepcionista y respondió amablemente. Observé que ese día estaba de buen genio, -normalmente parecía que hubiera desayunado con alacranes el tipo ese- luego entré rápido en mi habitación y estando acostado empecé a meditar sobre todas las cosas vividas en esa pequeña ciudad convertida en el prostíbulo más grande de Latinoamérica con su miseria de los barrios marginales, el Nelson Mandela, el hambre y terror en los rostros de sus niños y la indiferencia e ignominia del gobierno hacia ellos.
 Mientras tanto la vida nuestra continuaba, la tarde iba pasando y las horas con sus largos y eternos minutos en un calor insoportable y la escasa brisa marina avanzaban lentamente. En la ciudad del corralito de piedra nadie sabía a qué horas llegaría el hombre anunciado o qué medio de transporte utilizaría para llegar al Centro de Convenciones. Sólo se escuchaban las voces perdidas en el silencio y la desesperanza de las negras vendedoras de frutas y de hombres sin futuro con los pedazos de loterías nunca ganados en sus manos.
Unos rumores decían que el hombre aquel tan importante y conocido por todos llegaría por la parte trasera del Centro de Convenciones en una lancha rápida. Otros decían que en helicóptero desde el aeropuerto, y otros que en su cuerpo de limousine blindada.
Todo era pura especulación entre el pueblo ansioso por ver al hombre distinguido y entretenidos todos con la fantasía de la música de carnaval y los juegos pirotécnicos, el ron gratuito, el whisky, las bellas y costosas putas como las más baratas –de a dólar mi señor, que aquí hay para todos- con los elegantes ladrones de cuello blanco y los maricones con su reina -la Rufina-, y uno que otro ingenuo, honesto y desplazado campesino, para mirar todo el espectáculo montado para y por los corruptos del poder y el dinero.

En los caros y exclusivos hoteles el whisky y la coca eran las delicias preferidas por sus clientes pederastas y psicópatas de los monos ojizarcos como siempre con acento gringo y sin faltar nunca sus mediocres, lacayos y serviles de algunos de los gobernantes nuestros. Mientras en los barrios pobres continuaba igual que siempre y segundo a segundo la miseria, el terror colectivo y las balas que eran también, y en esas circunstancias, el obligado y merecido pan de cada día. Ta- ta- ta -ta -ta, hps…
Para esos miserables pobres... ¡y no por miserables sino por pobres!, y finalmente el obligado y siempre impotente llanto de las dignas mujeres, los ancianos y niños ante la cotidiana violencia y barbarie.

En otro lugar y al mismo tiempo muy contento, enguayabado y sin preocupación alguna el avaro cura Germán daba la comunión a los escasos y solapados crédulos en la capilla próxima de la Santa Guerra y el sacristán maricón le picaba el ojo al hijo de la desplazada campesina Rosario.

En mi iluminada habitación entraba la suave brisa y el rumor de las olas del mar Caribe y con sorpresa inesperada también llegaba la paisita Tatiana tratando de imitar con el cuerpo y con la risa sus 20 años atrás cuando fue reina en  Buenos Aires, gran modelo, dama acompañante, gran diva y con su larga experiencia en las lides amatorias y en las duras e interminables batallas de sexo bendecido y santificado en colchones de plumas.

 Un Viernes Santo y toda empericada y en un acelere no extraño conoció un conde italiano en la zona rosa de Cartagena y después de tres culiadas a lo paisa, y con escapulario en mano, lo enamoró en un abrir y cerrar de ojos como a un ternero recién nacido y así de cabestro, suavecito papacito… y con la puntica nada más mi papi, ay mi nene...

El conde aquél se la llevó a Italia para que fuera una de las más distinguidas señoras de la alta sociedad milanesa. De esa manera, y con ese gran pasado, la paisa Tatiana entró a mi habitación de la pensión en Cartagena, igual y como en sus veinte años entraba toda sensual, voluptuosa y costosa, en las diferentes habitaciones y suites de los hoteles más caros y elegantes de la siempre moribunda Colombia y hablándome toda alborotada me dice la muy loca: 

-¡Ay Cato de mi alma perdida!, estoy en embarazo.

Continua...

Toronto junio 22 del 2004
©Carlos Echeverry Ramírez
Colombia
www.carlosecheverryramirez.org
 fitofeliz@hotmail.com