domingo, mayo 12, 2013

Crónicas y anticrónicas de Barcelona(l)Fragmento- Carlos Echeverry Ramírez-Amazon y Kindle


Autor en Frankfurt Alemania año1985






Crónicas y anticrónicas de Barcelona(I) fragmento



Reservados todos los derechos de autor. Ante CIPO Y WIPO



Cuentan al otro día que la negra Isabel se levantó muy tranquila esa mañana para hacer una aguapanela, cocinar unos plátanos y fritar el pescado, como era su costumbre. Se encomendó a Dios por su vida, besó el escapulario y la medallita de San Benito con fervor que le había regalado el cura Óscar; prendió el fogón en la parte trasera de su rancho, atizaba los maderos y avivaba la llama tarareando una melodía y entre bostezos miraba también entretenida el río, al igual que todos los días. Y creyó en un instante que estaba alucinando al ver un brillo extraño en el río. A unos cincuenta metros de distancia dentro de las anchas y apacibles aguas. ¡Muy extraño!... -pensó la negra Isabel-, y caminó fuera del fogón. 

Más rara se sintió cuando vio que eso que brillaba como un espejo parecía llamarla desde el playón. Caminó nerviosa por el camino con dirección a la orilla del río, sacó de entre sus caídos y arrugados senos el escapulario con la imagen de José Gregorio Hernández, la Virgen de Guadalupe y la medallita de oro con la cara de Simon Bolivar y lo besó otra vez sintiéndose invencible en su fe, deseando que las serpientes se alejaran de su camino y no estuvieran por esos lados porque con la creciente del río y la luna llena de la noche anterior era el momento indicado para que estuvieran por el lugar.



Llegando asustada a la orilla del río y dándose la bendición otra vez para mirar mejor lo que la extrañaba, sólo pudo exclamar asustada: Dios mío... ¿qué es eso? Luego caminó un poco más a un pequeño alto en la orilla del río para poder apreciar con mayor claridad lo que había visto con desconcierto desde su rancho y en el corto camino recorrido.



Se puso como pudo las destruidas gafas con un solo vidrio plástico de su difunto marido y logró distinguir en la distancia a un hombre muy dormido en la paz eterna entre el brillo de las mansas aguas y las blancas piedras del río. Muy quieto allá en las anchas y titilantes arenas del playón.



Asustados y aterrados quedamos nosotros los del grupo de rescate del cadáver cuando fuimos a recogerlo y encontramos al muerto en el playón del río.



El cuerpo estaba en posición muy rara e ilógica, como si se hubiera recostado lentamente y acomodado con toda tranquilidad en un montículo de arena del playón. Este cadáver se nos presentaba como recién bañado y afeitado. Con toda su ropa todavía en él.



Algo sorprendente para todos los que estábamos presentes. Mientras fumábamos y amarrábamos la lancha pudimos observar que el cadáver del hombre negro conservaba aferrada a él una antigua y muy bella cruz de plata en la mano izquierda y en la cual estaban escritas las palabras: Toht.



Terminando mi cigarrillo y mirando eso tan raro en ese cristiano con esa posición en la arena del playón, pude observar como todos los presentes en ese instante del rescate que el rostro del difunto se veía en mucha paz.



La expresión del rostro que mostraba nos indicaba que había muerto sin ninguna pena. Mostraba una sonrisa santificada y plena que lo hacían parecer como un iluminado. Como un escogido entre todos los hombres de esta tierra y todos creímos con certeza después de observar detenidamente su cuerpo y su cara en ese instante que quizás estaba predestinado a reencarnar en pocos días en un ser especial. O en un ángel en nuestra vida por venir. En un Cristo negro.



Todos asustados y después de prender otro cigarrillo no sabíamos qué hacer en ese instante y ante este cuerpo negro.



Era algo nunca visto por nosotros. También discutimos y estuvimos de acuerdo los del grupo de rescate que este iluminado, este escogido, además de parecer en ese momento un Cristo negro parecía que estuviera despidiéndose muy feliz de la ingratitud, la violencia y la avaricia del hombre blanco en todo el mundo y en toda la historia de este universo.



En horas de la tarde, ya muy cansados y con hambre, al llegar en la lancha al muelle de Guapí nos sorprendió ver la inmensa romería de personas. Nunca se había visto tanta gente para ver un muerto en el pueblo. Aunque este muerto era muy diferente. En ese instante nos encontrábamos con algo desconocido.



No entendimos por qué tanta gente lo esperaba en el embarcadero si horas antes nadie en el caserío sabía de su llegada. -A ver un trago doble por favor ¡Salud para todo los presentes! Como les iba contando, a su entierro vinieron muchos que no lo conocieron en vida. Asistieron todos sus familiares y amigos, hasta los perros de los otros caseríos también vinieron y aullaron en forma extraña a la luna llena dos noches seguidas. En el río los peces brincaban fuera del agua como nunca antes. Algo muy raro y nunca visto con un muerto.



Lo más extraño era que todo el mundo quería estar cerca del difunto, conocerlo o alcanzar a tocar su cuerpo. Para así lograr sacar de él y guardar en ellos un poco de paz y tranquilidad que este Cristo negro trasmitía y que sintió toda la gente de Guapí cuando llegamos con su cuerpo.



El entierro fue el más grande que se conozca en la vida de mi caserío y del pueblo. No hubo fiesta como ocurre con los entierros de los niños negros. Por eso cuando un niño negro nace todo el mundo llora. Sabemos que viene a sufrir y a llorar las injusticias del hombre blanco y cuando muere un niño negro todo el mundo canta y es alegría plena porque por fin dejó este triste e injusto mundo del hombre blanco.



Continua.....

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                                                ®2004-2013Carlos Echeverry Ramirez





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